Ella caminaba de vuelta a su casa, sola, pero sus pensamientos no la abandonaban ni un segundo. Ella tenía un secreto de esos que ni tu quieres conocer, ni ella te quiere contar.
Se dejó la garganta y el corazón en aquel bar, apoyados en la barra. Sabía que no podía conservar su secreto más tiempo.
Abrió la puerta de su apartamento. Se quitó los zapatos y dejó colgado el abrigo. Encendió la chimenea del salón, puso agua en la tetera para tomar el té y abrió el grifo para tomar un baño como acostumbraba a hacer, pero ella sabía que no era un día cualquiera. Cerró el grifo y comprobó que el agua estaba casi congelada, pero no la necesitaba más caliente. El corazón le bullía a más de cien grados, a punto de derretirse, pero seguía mirando como el agua estaba completamente tranquila.
No recordaba desde cuando seguía el mismo ritual, incansablemente.
Cuando terminó su baño, se vistió y se dirigió a la cocina tal y como el silbido de la tetera ordenaba.
Salió a la terraza, encendió un cigarrillo y dio un sorbo al té con hielo.
Llevaba tiempo sin saberle tan dulce como antes.
Ella veía el mundo de allí abajo despreocupado y egoísta.
Apagó el cigarrillo y... voló, y con ella su secreto.
Y el mundo se sintió solo, y por primera vez lloró.
Una interesante historia señorita Arias !
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